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Mi niña Daniela

Llegaste al mundo una noche de luna llena, tan luminosa y resplandeciente como la que brillaba en el cielo el día en que papá y yo nos casamos. -“Nos vamos a la sala de dilatación”-, comentó con una sonrisa el celador encargado de trasladarme en la camilla hacia el quirófano. Recuerdo con claridad todos los detalles de ese pequeño trayecto: un pasillo largo por el que desfilaban habitaciones con numeraciones correlativas; una máquina dispensadora de comida y otra de agua y refrescos; el control de enfermería, con varias auxiliares dando indicaciones a las personas que se acercaban al mostrador a preguntar; el pequeño rellano del ascensor, las puertas metálicas que se abrían, la sensación de estar descendiendo varias plantas... -“Por fin llegó el momento”-, pensaba emocionada. -“Ahora sí. Esta vez sí”-. Un año y medio después de mi último ingreso en un hospital volvía a estar en una camilla, volvía a entrar en un quirófano, pero por un motivo totalmente opuesto: en esta ocasión la v