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Desde el chiringuito

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Escribo estas líneas desde mi ordenador portátil, sentada en un merendero. En el horizonte, unas cuantas palmeras, varias sombrillas de paja y un mar tranquilo y plomizo, silencioso a su llegada a la orilla. El sol brilla con timidez e intenta buscar los huecos que van dejando las nubes. Un grupo de gaviotas atraviesa el cielo con prisa, perfectamente alineadas, chillándose unas a otras con su particular sistema de palabras indescifrables. A mi derecha, las risas cada vez más cercanas de una niña llegan alegres hasta mi mesa, desde donde la veo deslizarse sobre unos patines rosas (¿regalo de Papá Noel?) mientras un perrillo blanco la sigue jadeando y dando brincos.   -“¿Desea alguna cosa más?”-, me pregunta un camarero al observar que mi vaso se ha quedado vacío de Coca-Cola, con un hielo medio derretido y solitario. De vez en cuando, un ciclista pasa fugazmente moviendo con fuerza los pedales de su bicicleta. -“Barato”-, me comenta un chico negro con la esperanza de venderme uno de l

Decepción

Pérdida momentánea de energía. Mirada sin brillo y sonrisa forzada. La realidad no coincide con las expectativas.

Valentía

Paso adelante. Pecho al descubierto. Fuerza arrolladora de quien confía en sí mismo y en sus posibilidades.

Más de lo que esperaba

Había coincidido varias veces con ella en el gimnasio y la había visto explicar los movimientos de una clase de aquagym al borde de la piscina, distribuir juguetes de plástico a los niños que jugaban con sus padres dentro del agua y colocar una banda de corcho azul cuando necesitaba delimitar una zona de trabajo cinco minutos antes de empezar una nueva sesión. La había visto desenvolverse con soltura y eficacia en tareas sencillas, pero hasta hoy no he sido consciente del alcance de su trabajo como monitora. Sucedió a última hora de la mañana, cuando hay menos afluencia de socios en el gimnasio. La línea azul dejaba media piscina para nado libre y reservaba la otra mitad para una actividad no especificada en el cuadrante de horarios. A los pocos minutos, la monitora ayudaba a un señor mayor a introducir a una chica paralítica en el agua, una joven bañista de ojos enormes que no paró de disfrutar desde que comenzó su hora de clase. Ayudada por su monitora, la chica se dejaba desplazar

Castañas asadas

El otoño llega de un día para otro: no importa lo que diga el calendario, ni los anuncios de temporada de los grandes almacenes. El otoño comienza en las esquinas donde se instalan los puestos de castañas asadas y una señora mayor mueve con destreza una olla sobre un brasero ardiente. “¡¡¡Castañaaaaaaaas, castañas calentitas!!”. El pregón de los castañeros, repetido con las mismas palabras año tras año, sobrevive al paisaje cambiante de las ciudades y a las idas y venidas de sus vecinos. -“Te pongo dos de regalo”-, anuncian con una sonrisa mientras cierran un cartucho de papel y devuelven el cambio con unos dedos ennegrecidos por el carbón.   He comido castañas en todos los otoños que soy capaz de recordar: en la niñez, en la adolescencia y en la juventud que pienso seguir estirando hasta que el tiempo y el espejo lo permitan. La memoria tiene almacenada un fichero enorme de imágenes y, entre las mías, hay varios cartuchos deshechos con impaciencia para saborear unas castañas recién r

Enganchados al móvil

Ocurre con cierta frecuencia: estás hablando con varias personas cuando de repente una de ellas se aparta del grupo para hablar por teléfono o responder un mensaje. -“Perdonad un momento”-, se excusa el receptor de la llamada mientras busca un lugar más tranquilo para responder. Mientras tanto, la conversación principal queda suspendida o deriva hacia otro tipo de comentarios. Las redes sociales y la mensajería instantánea han multiplicado las charlas paralelas y han disparado el flujo de mensajes precedidos de todo tipo de alertas (“bip-bip”, “toc-toc”, “tirorí-tirorí”) que se instalan como sonidos de fondo de cualquier charla entre amigos, compañeros y familiares. Las reuniones ahora tienen un denominador común: sus miembros reparten la atención entre las personas que les rodean y la información que les llega a través de sus dispositivos móviles. Cada vez hay más cabezas agachadas mirando una pantalla, más dedos recorriendo los teclados y menos oídos escuchando. Hay tantos puntos q

El árbol de la vida

Sucedió cuando sólo habían trascurrido 20 minutos desde el inicio de la película: las luces de algunos dispositivos móviles comenzaron a encenderse. Sus dueños comentaban sus impresiones en alguna red social, respondían mensajes o comprobaban los minutos que faltaban para el fin de la proyección. No había pasado mucho tiempo, pero habían dejado de prestar toda su atención a la historia que se desarrollaba en la pantalla. Poco a poco, el sentimiento se fue extendiendo a un número cada vez mayor de espectadores. Algunos se cambiaban de postura en los asientos y otros entornaban los ojos con la sucesión de imágenes oníricas que a cada rato interrumpían la narración para reflejar simbólicamente los sentimientos de los personajes: algas en pausado movimiento, animales marinos transportándose en el mar, masas de fuego en colisión… “El árbol de la vida” es una película difícil: la historia es interesante, el trabajo actoral es muy bueno y la belleza visual y sonora, innegable. El escollo de

El espacio de los amigos

La comodidad de la vida en pareja provoca en ocasiones un daño colateral: planificamos todo nuestro tiempo libre junto a ella y, casi inevitablemente, desplazamos los encuentros con los amigos. La amistad es un vínculo generoso y elástico: se le pide comprensión cuando no podemos dedicarle la atención que se merece; consuelo cuando las cosas no salen tan bien como quisiéramos; tiempo cuando estamos en disposición de compartir… Existen pocas relaciones tan abiertas y desinteresadas como las que se establecen entre los amigos. Son ellos los que han escuchado una y otra vez nuestros planes de futuro; los que nos han orientado hacia una solución que no habíamos contemplado; los que han asistido a nuestras fiestas y han brindado por nosotros, los que nos acompañaron en algún pasillo solitario, cuando las noticias que venían a darnos eran demasiado difíciles de aceptar… Son los que han estado y continuarán estando ahí, sin pedir nada, sin reprochar nada. Al alcance de la mano. A un golpe

Obsesión con el espejo

Paseo tranquilamente por el barrio y al doblar una esquina encuentro un cartel de grandes dimensiones con una figura escultural y una propuesta tentadora: “Remodela tu cuerpo”. En letra más pequeña aparece un listado de los defectos que convendría eliminar, desde liposucciones para absorber la grasa hasta rinoplastias, aumentos de senos y todo tipo de técnicas que la cirugía ha inventado para enmendar a una genética rebelde y caprichosa. La belleza es una aspiración común y comprensible: a todos nos gusta tener una imagen agradable y afortunadamente existen recursos para mejorarla. El problema surge cuando la belleza se convierte en una obsesión y los defectos se transforman en accidentes que hay que corregir a toda costa. El espejo puede ser demoledor bajo una mirada exigente: imposible seguir con esa nariz, esos michelines o esa piel de naranja. La obsesión por la imagen crea además un efecto lupa: amplifica de forma exagerada el más mínimo defecto. Por eso hay clientes asiduos a la

Espíritu Zen

Regreso a la rutina y varias personas formulan el mismo comentario que posiblemente yo repita dentro de poco: “¿Las vacaciones? Ya casi se me han olvidado…”. Resulta paradójico pensar que necesitamos algunos días para poder desconectar y sentirnos verdaderamente relajados y pocos minutos para que algo nos haga perder la calma: un electrodoméstico que se avería y genera un gasto imprevisto; un corte de tráfico en la carretera que nos lleva a circular a la deriva mientras encontramos una ruta alternativa en medio de un embotellamiento; una vuelta al trabajo con el escritorio lleno de documentos y tareas por hacer en tiempo récord… Hay situaciones que ponen a prueba nuestra paciencia, pero ninguna de ellas deberían hacernos perder el buen humor. Las dificultades forman parte del día a día y merece la pena que tan sólo les dediquemos el tiempo justo para resolverlas. No sirve de nada tenerlas presentes y recrearnos en ellas: el camino no tiene por qué ser aún más difícil. Las cosas pueden

Sucedáneos

No nos damos cuenta de las tensiones que acumulamos a lo largo del año hasta que llegan los días de vacaciones, extendemos la toalla sobre la arena y nos dejamos invadir por el ritmo lento y acompasado del mar, especialmente si estamos a orillas del Mediterráneo. Las vacaciones desvían la mirada del reloj y la dirigen suavemente hacia un horizonte de planes sencillos y apetecibles: la lectura de un buen libro bajo la sombrilla; una cerveza casi helada a la hora del aperitivo; nado y buceo en un agua en su punto justo de temperatura; comidas familiares y cenas con amigos… En las ciudades han proliferado los lugares de descanso y relax, pero ninguno de ellos resulta tan poderoso y efectivo como el contacto directo con la Naturaleza. Los gimnasios pueden ser muy espaciosos y estar bien equipados, pero no pueden ofrecer las sensaciones que surgen del ejercicio al aire libre: los minutos que pasamos sobre la bicicleta estática no son comparables a los paseos por el campo o la playa, especi

Amor bajo sospecha

Las diferencias parecen enemigas del amor. En el cliché de pareja ideal que todos hemos asumido hay semejanzas en el grado de atractivo, nivel socioeconómico, estado civil, cultura, religión, raza y edad. La fuerza de este estereotipo es tan aplastante que cae como una losa sobre las parejas donde hay algún tipo de desigualdad. Lo distinto parece sospechoso y la sociedad, los amigos y el entorno más inmediato se encargan de recordarlo cada cierto tiempo con comentarios repletos de temores y prejuicios: el divorciado ha fracasado en su anterior relación y ha “cazado” al soltero, que podría encontrar a alguien sin un pasado difícil a sus espaldas; el joven está con alguien mayor por su dinero o porque le recuerda a una figura paterna y la única motivación del mayor es el sexo; el negro ha dado un salto social uniéndose al blanco, pero le abandonará en cuanto haya alcanzado un cierto estatus, porque le “tira” la gente de su raza; el universitario acabará aburriéndose de un compañero sin e

En carne viva

Visitar una exposición retrospectiva de un artista es como sostener entre las manos un álbum completo de su vida que incluye fotografías, anotaciones, bocetos, tachaduras, recortes… Las obras que hay dentro de la sala hablan de su búsqueda y sus respuestas, de su forma de ver el mundo y traducirlo a un lenguaje íntimo y particular. Ésta fue la sensación que tuve este fin de semana al visitar la exposición de Yayoi Kusama en el Museo Reina Sofía: la de adentrarme en un viaje acelerado por la vida de esta artista japonesa que no ha parado de lanzar mensajes al mundo desde que era muy joven hasta nuestros días, en los que sigue creando pinturas y esculturas en el hospital donde reside. La evolución de su obra deja al descubierto sus circunstancias, sus hallazgos, sus huellas en el camino: la ingenuidad de los primeros años; las obsesiones de su etapa neoyorkina, en la que transformaba objetos cotidianos con elementos que representaban sus miedos y que repetía hasta la extenuación; la nost

Solsticio de verano

El verano ha llegado con la sombrilla cargada al hombro, el hielo rebosando en el congelador y la sintonía machacona de unos grandes almacenes que promocionan sus ofertas de viajes -“El ve-ra-ni-to, el ve-ra-ni-to…”- con los acordes de un tema popularizado por un personaje mítico de las vacaciones: Georgie Dann. La imagen inconfundible del cantante -con su pelo negro, su camisa hawaiana y sus coreografías repetidas en verbenas- forma parte del paisaje del verano y se asocia a otros personajes habituales de las playas: el chico de color que ofrece caftanes a 6 euros; el padre que no soporta el calor y espera a su familia tomando cervezas en el chiringuito; la chica explosiva que sale a cámara lenta del mar consciente de ser el centro de todas las miradas; la señora con pamela que da instrucciones por teléfono a su asistenta; los niños que construyen castillos; la matriarca de un clan cargada de bocadillos, tortillas y sandía; los adolescentes que ríen en grupo, las abuelas que se mojan

Mujer gitana sobre fondo gris

Su presencia resultaba extraña en el escenario moderno y experimental de Matadero: una mujer gitana de mediana edad, de figura oronda y pelo negrísimo como su falda y su camisa de lentejuelas, permanecía en silencio sobre las tablas mientras el bailaor ejecutaba coreografías impredecibles. El espectáculo prometía fusión de flamenco y danza contemporánea: en ciertos momentos sorprendía y en muchos otros desconcertaba. Demasiado esfuerzo por resultar original. Demasiadas piruetas, demasiadas situaciones absurdas. Ninguna historia. Demasiado frío. Afortunadamente, cuando el público ya comenzaba a impacientarse, un foco de luz iluminó a la cantaora, que sin ningún acompañamiento musical, completamente desarmada, llenó su pecho de aire, cerró los ojos y comenzó su actuación sobre el escenario. Su voz salía con fuerza y se extendía por el auditorio como una sábana invisible, cálida y envolvente. Cantaba al desamor con profundidad y fuerza, con una sinceridad descarnada, rota y dolorida. “Nue

Tormenta

Tormenta: cortinas de agua, calles desiertas, pies que saltan sobre los charcos.

Siesta

Siesta: cuerpo en una tumbona mecido por su propio peso, reloj detenido, descanso apacible. Relax.

Infancia

Infancia: letras recién aprendidas sobre un cuaderno, cuentos que preceden a la hora de dormir. Derecho a equivocarse. Deber de aprender. Todavía.

Quiera Dios. Quiera yo...

“¡Ojalá me pase algún día!”, escucho después de un largo suspiro. Unas vacaciones románticas, un nuevo trabajo con mejores condiciones, una pareja que funcione, una casa más confortable y espaciosa, un nuevo miembro en la familia, un círculo de amigos amplio y enriquecedor… Ojalá me pase y un suspiro. Segundos de silencio. Mirada furtiva hacia el suelo. Las palabras, para quien sabe oírlas y sopesarlas, continúan hablando de nosotros aún cuando hayamos dado un asunto por concluido. Ojalá (palabra de origen árabe que literalmente significa “Si Dios quisiera”). Si Dios quisiera. O la suerte. O la maldita casualidad… Suspiro. Aunque parece tan improbable… Las palabras son indiscretas, sí. Reflejan de un modo preciso el esquema mental que estamos empleando y las emociones que nos suscitan. No importa los años que hayamos cumplido: todavía esperamos que salga el genio de la lámpara y cambie de un golpe la parte más difícil de nuestras vidas. A veces no es tan complicado encontrar la forma d

Simplificar = ganar calidad de vida

No tenía la misma sensación desde Navidad, cuando la búsqueda de regalos se convirtió en una maratón por los centros comerciales durante los días previos a las fiestas. Algo parecido me pasó el Sábado Santo: quería encontrar un obsequio especial para una prima que hacía la comunión y, aunque había visto en la primera tienda un regalo que me parecía apropiado, me recorrí todo las tiendas del centro con la esperanza de localizar un objeto que le hiciera realmente ilusión. Después de casi tres horas dando vueltas, de preguntas a dependientes y apertura y cierre de paraguas cada vez que salía o entraba de un establecimiento, volví al punto de partida y me decanté por la opción inicial que había visto. De camino a casa, cansada y un poco decepcionada, me preguntaba si realmente habría acertado con mi elección. Llegó el sábado de la comunión y el día fue emocionante para todos. Ella estaba radiante con su vestido blanco y contagiaba alegría en cada momento: cuando saludaba a la familia, en l

Alguien que te espera

El tren está a punto de llegar a la estación. Los mapas que aparecen en los monitores señalan el recorrido con una línea verde que está cada vez más cerca de Madrid. Algunos pasajeros han comenzado a levantarse y estiran los brazos y las piernas como gatos que hubieran dormido al sol. El trayecto de ida, a primera hora de la mañana, estaba repleto de voces que se comunicaban con sus oficinas a través de teléfonos móviles, de dedos que se deslizaban veloces sobre los teclados de las blackberries y de puertas que se abrían y cerraban continuamente de camino al vagón- cafetería. La vuelta es más reposada. El día ha sido duro y la lluvia no lo ha puesto fácil. Las nubes han cubierto Barcelona de manos negras y han dejado a su paso aglomeraciones en las carreteras, visitas anuladas y más de una complicación. El tren anuncia su llegada a la estación Puerta de Atocha y los pasajeros salen deprisa. Aún queda un trayecto en transporte público o en taxi y las colas se multiplican a última hora d

Lo quiero...¡pero tiene que ser ya!

Ahora mismo. Queremos algo y deseamos que se materialice lo antes posible, con urgencia, como si nuestra felicidad dependiera de la consecución de ese sueño que está tardando demasiado tiempo en llegar: vender una casa, aprobar unas oposiciones, encontrar a la pareja definitiva, recibir una oferta laboral o cualquier otro objetivo que hayamos dibujado al otro lado de la línea de meta. Tiene que ser ya. Y si no se realizan en los días, semanas o meses venideros nuestra vida parece tambalearse y surgen todo tipo de dudas sobre nuestra capacidad para conquistarlos o merecerlos. Los retrasos asustan. Los tiempos de espera desesperan. Estamos dispuesto a sacrificarnos e incluso a endeudarnos para conseguir un sueño, pero nos cuesta muchísimo tener que esperar por él. El calendario no es el mejor amigo de los sueños. Pone límites temporales a un proyecto sin tener en cuenta la idoneidad de las circunstancias o el momento vital que atravesamos. Mira el reloj. Presiona y pregunta en voz baja:

Incompatibilidades

Cuando éramos adolescentes y una amiga nos anunciaba que estaba empezando a salir con una nueva pareja, la pregunta era siempre la misma: “¿Es guapo?”. El atractivo físico era determinante en las elecciones y eclipsaba otras cualidades fundamentales para sostener la relación, pero en ese momento desconocíamos hasta qué punto eran necesarias. La belleza o el carisma de la persona deseada emitían una luz que deslumbraba e imponía sus propias reglas: seguirla exigía negociaciones, soledades, conflictos… A esa edad no sabíamos medir el efecto de las incompatibilidades y, meses después, asistíamos al sufrimiento de la chica que no conseguía ver durante el día a un novio amante de la fiesta y la vida nocturna; al aburrimiento del compañero que pasaba los fines de semana frente al televisor con una chica taciturna y poco sociable; a la frustración de una amiga que notaba cómo saltaban las chispas entre su pareja y su familia en las contadas celebraciones a las que asistían juntos, o a la impo

Pequeños adultos

“¿Por qué?”. La reacción es unánime en todas las personas que conocen la noticia. Silencio. Pesar. Unos segundos de reflexión y la misma pregunta -¿por qué?- tratando de encontrar una explicación al comportamiento de una niña francesa de 10 años que hace pocos días terminó con su vida saltando al vacío desde la terraza de su casa. Resulta difícil imaginar cómo una niña en edad de juegos, aprendizaje y diversión tomara una decisión de adulta desesperada y abrumada por los acontecimientos. Cada vez los niños son niños por menos tiempo, en parte por el ritmo enloquecido que les imponemos los mayores. Hace poco leí que una de las frases que escuchan con más frecuencia los críos es “date prisa”. Date prisa para terminar el desayuno porque tengo que llevarte al cole y salir corriendo al trabajo. Date prisa para llegar a tiempo a la clase que toca esta tarde, una distinta para cada día de la semana -ballet, música, judo, natación e inglés-. Date prisa para hacer los deberes. Date prisa para t

Tomar la iniciativa

Hay algo de mágico en los tentáculos virtuales de Facebook. Llegan a hogares de la geografía más remota, escarban en el pasado y sacan a la superficie fotografías de la infancia y nombres de compañeros de clase que vimos por última vez en un listado de notas sobre un tablón de corcho. -“¡Madre mía, cuánto tiempo hacía que no hablaba contigo!”-. En los últimos meses he repetido varias veces esta frase al recibir un correo o intercambiar saludos en el chat. 15 años después, la vida nos ha vuelto a poner en el camino. Por eso me hizo especial ilusión volver a encontrarme con algunas amigas de la infancia esta Navidad, la época más propicia para los encuentros y las celebraciones. Afortunadamente, pudo más nuestra ilusión por volver a vernos que cualquier idea preconcebida (¿saldrá todo bien? ¿tendremos cosas en común o habremos cambiado demasiado? ¿será una buena idea después de todo?). El punto de encuentro fue una tetería de Málaga, un local cálido y acogedor repleto de gente joven, con