Tomar la iniciativa

Hay algo de mágico en los tentáculos virtuales de Facebook. Llegan a hogares de la geografía más remota, escarban en el pasado y sacan a la superficie fotografías de la infancia y nombres de compañeros de clase que vimos por última vez en un listado de notas sobre un tablón de corcho.


-“¡Madre mía, cuánto tiempo hacía que no hablaba contigo!”-. En los últimos meses he repetido varias veces esta frase al recibir un correo o intercambiar saludos en el chat. 15 años después, la vida nos ha vuelto a poner en el camino. Por eso me hizo especial ilusión volver a encontrarme con algunas amigas de la infancia esta Navidad, la época más propicia para los encuentros y las celebraciones. Afortunadamente, pudo más nuestra ilusión por volver a vernos que cualquier idea preconcebida (¿saldrá todo bien? ¿tendremos cosas en común o habremos cambiado demasiado? ¿será una buena idea después de todo?). El punto de encuentro fue una tetería de Málaga, un local cálido y acogedor repleto de gente joven, conversaciones y una carta interminable de bebidas. Mayka, con su simpatía habitual y su buen humor, fue la primera en romper el hielo: está feliz con su marido y su nueva vida en Londres y su día a día es como la ciudad, brillante y a veces cubierta de bruma, con la nostalgia inevitable de quienes comienzan desde cero en otro lugar.


Sobre nuevos paisajes y amistades la experta es Inma, recién llegada de Estados Unidos. Ha disfrutado al máximo de la experiencia y está deseando volver. Inma es la más silenciosa del grupo y quizás la más sensible: observa, escucha con atención y medita las palabras de sus interlocutores. Sin embargo, cuando llega su turno comparte sus recuerdos con emoción y sinceridad. Es una mujer discreta y generosa.


Y Mariola. ¿Qué decir de la amiga que más se ha preocupado por estar en contacto con todos? Siempre con una sonrisa resplandeciente, atenta y cariñosa. En cualquier grupo tiene que haber alguien como ella, una persona experta en abrir las puertas, allanar el camino y contagiar entusiasmo a los recién llegados.


Hablamos mucho, nos reímos más aún y, sobre todo, tuvimos la sensación de haber estado durante unas horas dentro de un túnel del tiempo: nada parecía haber cambiado desde la última vez que nos vimos, al menos no la facilidad para conectar y sentirnos a gusto.


Las redes sociales tienen sentido cuando dejan de ser virtuales y se trasladan a la realidad. Un amigo con el que sólo nos comunicamos por Internet no es un amigo, es un contacto, alguien que conocemos de lejos, con la frialdad de la distancia. Por eso es importante tomar la iniciativa y propiciar el encuentro. La vida y las relaciones reales son mucho más sorprendentes y emocionantes que las virtuales.

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