Solsticio de verano

El verano ha llegado con la sombrilla cargada al hombro, el hielo rebosando en el congelador y la sintonía machacona de unos grandes almacenes que promocionan sus ofertas de viajes -“El ve-ra-ni-to, el ve-ra-ni-to…”- con los acordes de un tema popularizado por un personaje mítico de las vacaciones: Georgie Dann. La imagen inconfundible del cantante -con su pelo negro, su camisa hawaiana y sus coreografías repetidas en verbenas- forma parte del paisaje del verano y se asocia a otros personajes habituales de las playas: el chico de color que ofrece caftanes a 6 euros; el padre que no soporta el calor y espera a su familia tomando cervezas en el chiringuito; la chica explosiva que sale a cámara lenta del mar consciente de ser el centro de todas las miradas; la señora con pamela que da instrucciones por teléfono a su asistenta; los niños que construyen castillos; la matriarca de un clan cargada de bocadillos, tortillas y sandía; los adolescentes que ríen en grupo, las abuelas que se mojan los pies en la orilla, los amigos que juegan a las palas…

Por encima de todos ellos, sobre un fondo azul en el que cada hora cruza una avioneta con pancarta publicitaria, el verdadero protagonista del verano: el sol, que con una fuerza abrasadora se empeña en subir los grados, calentar los termómetros y dejarnos solo algunas horas de tregua. Por eso, quizás, la noche es el momento más apetecible del verano: el olor pegajoso del bronceador deja paso a la fragancia ligera del jazmín, las familias prolongan la sobremesa de la cena charlando en las terrazas y el sueño termina por atraparnos con el sonido monocorde de las cigarras. La ciudad duerme con pijamas ligeros, las ventanas abiertas y aparatos antimosquitos cerca de las mesillas. El verano es calor y descanso, aspas de ventilador que no dejan de girar, un perro que ladra en la noche, botellas de agua que entran y salen del frigorífico… Y sí. También una canción pegadiza y hortera que suena a todas horas en las emisoras. “El ve-ra-ni-to, el ve-ra-ni-to….”.

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