Alguien que te espera
El tren está a punto de llegar a la estación. Los mapas que aparecen en los monitores señalan el recorrido con una línea verde que está cada vez más cerca de Madrid. Algunos pasajeros han comenzado a levantarse y estiran los brazos y las piernas como gatos que hubieran dormido al sol. El trayecto de ida, a primera hora de la mañana, estaba repleto de voces que se comunicaban con sus oficinas a través de teléfonos móviles, de dedos que se deslizaban veloces sobre los teclados de las blackberries y de puertas que se abrían y cerraban continuamente de camino al vagón- cafetería.
La vuelta es más reposada. El día ha sido duro y la lluvia no lo ha puesto fácil. Las nubes han cubierto Barcelona de manos negras y han dejado a su paso aglomeraciones en las carreteras, visitas anuladas y más de una complicación. El tren anuncia su llegada a la estación Puerta de Atocha y los pasajeros salen deprisa. Aún queda un trayecto en transporte público o en taxi y las colas se multiplican a última hora de la tarde. Hombres de negocio recorren el andén en zigzag sorteando a las mujeres con carros de bebé, jóvenes estudiantes suben la escalera mecánica saltando los escalones de dos en dos y chicas con tacón alto tiran de pesadas maletas mientras consiguen orientarse y divisan el cartel de salida. Hay un deseo común en esas personas que corren: todos ellos sienten urgencia de llegar a casa y comenzar su tiempo de descanso. Camino por el andén con el mismo cansancio, pero con menos prisa: en medio de la multitud reconozco sonriente a mi marido. El amor también es eso: saber que al final del día alguien te espera con los brazos abiertos.
Conozco bien esa sensación. Para alguien que se ha mudado muchas veces, como yo, llegar a casa es llegar a donde quiera que esté mi mujer.
ResponderEliminarPor cierto, ¿no te dan ganas de incrustarle el móvil en la tráquea a la gente que se pasa todo el viaje hablando por teléfono sin salir del vagón? ¡Me pone de los nervios esa exhibición de egoísmo!
...me lo haré mirar.