Iniciar el juego

-“¿Juegas conmigo?”-, me propone una voz dulce y desconocida. He perdido la cuenta del tiempo que llevo leyendo debajo de la sombrilla. El libro se acerca a la resolución de la trama y me he abstraído totalmente de los niños que juegan con sus pistolas de agua al borde de la piscina, de los padres que se saludan cuando llegan con las toallas, la crema protectora y el periódico debajo del brazo y de las madres que no paran de dar indicaciones a sus hijos: sal del agua, no te vayas a la parte profunda, no hagas ahogadillas a tu hermana, ven a comerte la fruta, mueve con fuerza las piernas cuando nadas, no salpiques tanto cuando saltes…

Levanto la vista y me encuentro a una niña morena que me sonríe y me tiende su mano derecha mientras sostiene un cubo de plástico rosa con la izquierda. Ahora sé lo que siente Shrek cuando mira a los ojos a su gato espadachín: hay miradas a las que es imposible resistirse.

-“Vale”-, acierto a decir. -“¿Cómo te llamas?”.

-“Marta”-, me informa la niña, que camina con paso decidido hasta la piscina. -“Y ésa de allí es mi hermana Silvia”-. Resulta fácil reconocer a su hermana no sólo por el parecido físico, sino porque llevan el mismo bañador celeste con rayas verdes. En ciertos estratos sociales, también hay uniformes “de hermano”: los pequeños tienen que ir vestidos de forma idéntica. Para algunos es un síntoma inequívoco de clase y distinción.

-“Hola, Silvia”-, saludo desde la escalerilla de la piscina. Poco tiempo después, me encuentro rodeada de niños que me animan a jugar con sus “churros” (es gracioso el nombre de este juguete, sabe a chocolate), a pasarles un balón de Nivea y llenar sus cubos de agua para que ellos llenen una piscinita de plástico, destinada a los más pequeños de la tropa. Conozco a Alberto y Jaime (también uniformados “de hermanos”), a la pequeña Jimena y a Jacobo, un niño de 12 años con aire de surfero que ya está levantando los primeros suspiros en la urbanización.

Termino un poco cansada de tanto trajín acuático, me tumbo un rato al sol para secarme y me despido de los pequeños, que me preguntan si mañana volveré a la piscina. De camino a casa, en el ascensor, me maravillo de la naturalidad con la que los niños hacen nuevas amistades, su facilidad de comunicación y de contacto. Jugueteando con las llaves de la puerta trato de acordarme de sus padres. De vista conozco a casi todos, pero sólo recuerdo dos nombres.

Comentarios

  1. Yo creo que a veces los adultos lo complicamos todos. A mí también me pasó algo parecido en la piscina hace algunas semanas. Había un grupo de niños/as que me invitaron a jugar con ellos al balón... En fin, jugué, claro... pero no sabía como tomarmelo: como que tengo aspecto de niñita, de mamá,... :) De todas formas resulta divertido...
    Besitos.

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