Y llegó Valeria

Tu venida empezó a presagiarse
temprano esa mañana de domingo, cuando los quioscos vendían los primeros
periódicos y las cafeterías sacaban su primera hornada de churros. Las
enfermeras me recomendaron pasear un poco por el pasillo del hospital, que fui
recorriendo arriba y abajo mientras el dolor se hacía cada vez más intenso y yo
trataba de entretenerme observando a la gente que entraba alegremente en las
habitaciones llevando ramos de flores a las madres y cestos con osos de
peluches (azules o rosas) a los bebés. Puesto de enfermería, seis habitaciones,
sillas para amortiguar la espera, ventanales amplios por donde entraba la luz
generosa del jardín… Memoricé con precisión el itinerario hasta que las
enfermeras cambiaron mi recorrido: había llegado el momento de bajar a la sala
de partos.
La primera sensación que tuve al
entrar en la sala fue un frío inmenso. -“Tengo mucho frío, ¿podría traerme una
sábana, por favor?”-, pregunté a la matrona-sargento que me atendió en
el parto.
-“Aquí no importa si tienes frío. Lo único que importa es que empujes”-, me dijo con tono áspero. Si la matrona-sargento hubiera nacido en Cincinnati en vez de en Madrid hubiera ido uniformada con camisa blanca y gafas de aviador y se dedicaría a convertir a jóvenes blandengues en aguerridos marines a base de tandas centenarias de flexiones y abdominales. El destino, sin embargo, la colocó en un hospital madrileño, donde se había aplicado en vociferar sus instrucciones a madres que debían de parecerles absolutamente pusilánimes. -“¡¡¡¡Que empujes más fuerte!!!!”-, gritaba mientras se disponía a lanzarse con el codo sobre mi vientre con la misma fuerza de un luchador de sumo sobre el tatami. -“Así no hay manera”-, se lamentaba mientras yo empujaba con todas mis fuerzas.
-“Venga, que lo estás haciendo muy bien”-, comentaba la doctora para compensar la antipatía de su ayudante. -“Ánimo, campeona”-, decía papá consciente de las dificultades. A lo largo de la vida te encontrarás con muchas personas así: unas serán insensibles a tu sufrimiento y sólo les preocupará conseguir el objetivo que les relaciona contigo; otras, sin embargo, te acompañarán en los momentos más delicados y te ofrecerán su ayuda y comprensión.
-“Aquí no importa si tienes frío. Lo único que importa es que empujes”-, me dijo con tono áspero. Si la matrona-sargento hubiera nacido en Cincinnati en vez de en Madrid hubiera ido uniformada con camisa blanca y gafas de aviador y se dedicaría a convertir a jóvenes blandengues en aguerridos marines a base de tandas centenarias de flexiones y abdominales. El destino, sin embargo, la colocó en un hospital madrileño, donde se había aplicado en vociferar sus instrucciones a madres que debían de parecerles absolutamente pusilánimes. -“¡¡¡¡Que empujes más fuerte!!!!”-, gritaba mientras se disponía a lanzarse con el codo sobre mi vientre con la misma fuerza de un luchador de sumo sobre el tatami. -“Así no hay manera”-, se lamentaba mientras yo empujaba con todas mis fuerzas.
-“Venga, que lo estás haciendo muy bien”-, comentaba la doctora para compensar la antipatía de su ayudante. -“Ánimo, campeona”-, decía papá consciente de las dificultades. A lo largo de la vida te encontrarás con muchas personas así: unas serán insensibles a tu sufrimiento y sólo les preocupará conseguir el objetivo que les relaciona contigo; otras, sin embargo, te acompañarán en los momentos más delicados y te ofrecerán su ayuda y comprensión.
El parto es como un túnel largo y
oscuro que se atraviesa a tientas, a base de dolores que conducen con pasos
dificultosos hasta la luz. En esa larga carrera de fondo estaban papá, la
doctora, la matrona-sargento, el anestesista… Pero fundamentalmente estábamos
tú y yo haciendo un esfuerzo tremendo para que pudieras salir al mundo. Cuando
por fin te tuve en mis brazos, nada de lo que estaba sucediendo alredor me
importaba. Ni la escueta despedida de la matrona-sargento, que salió rauda y
veloz hacia el comedor, ni los puntos de sutura que realizaba la doctora, ni
los movimientos rápidos del personal por el quirófano. Tan sólo quería que se
te pasara el disgusto que te hacía llorar tan fuerte y poder recrearme en
descubrir cómo era tu rostro después de tantos meses de haberlo imaginado. De
camino a la habitación, donde nos esperaba emocionada e impaciente la abuela
Carmina, supe que mi vida había cambiado para siempre. Subida en la camilla
contigo en brazos, atravesé feliz los pasillos del hospital con la convicción
de que había nacido de nuevo ese domingo de mayo. Había sucedido algo
maravilloso. Mi niña Valeria había llegado al mundo.
Enhorabuena Estefania.En primer lugar por tu maternidad y despues por tu sensibilidad al narrarlo.Has conseguido enternecerme y recordar los momentos de felicidad cuando nació mi hija.
ResponderEliminarPrecioso!!!
ResponderEliminarHola
ResponderEliminarEn nombre de maribel y del mío enhorabuena por tu niña y por tus palabras , son realmente bonitas y muy bien escritas.
Recuerdos para David.
Un fuerte abrazo para los tres!
Por cierto soy Miguel.
ResponderEliminarUnos de los motivos por lo que soy un incondicional seguidor de glog, es por el tacto y la fuerza descriptiva con que expones tus comentarios; pero el relato del nacimiento de tu hija, ha sido un dechado de sensibilidad y de capacidad narrativa. Doblemente enhorabuena. Nacho
ResponderEliminar