Castañas asadas

El otoño llega de un día para otro: no importa lo que diga el calendario, ni los anuncios de temporada de los grandes almacenes. El otoño comienza en las esquinas donde se instalan los puestos de castañas asadas y una señora mayor mueve con destreza una olla sobre un brasero ardiente. “¡¡¡Castañaaaaaaaas, castañas calentitas!!”. El pregón de los castañeros, repetido con las mismas palabras año tras año, sobrevive al paisaje cambiante de las ciudades y a las idas y venidas de sus vecinos. -“Te pongo dos de regalo”-, anuncian con una sonrisa mientras cierran un cartucho de papel y devuelven el cambio con unos dedos ennegrecidos por el carbón.

 He comido castañas en todos los otoños que soy capaz de recordar: en la niñez, en la adolescencia y en la juventud que pienso seguir estirando hasta que el tiempo y el espejo lo permitan. La memoria tiene almacenada un fichero enorme de imágenes y, entre las mías, hay varios cartuchos deshechos con impaciencia para saborear unas castañas recién retiradas del fuego.

 Un año más, un otoño más y el mismo sabor de siempre. Otra vez hay puestos de chapa emitiendo señales de humo entre edificios de hormigón.

Comentarios

  1. La única diferencia es que este año hay que tomarse las castañas en pantalón corto y con un tinto de verano de acompañamiento.

    ¿Quién me ha robado el mes de octubre?

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  2. Intuyo que el cambio climático... ;-)

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  3. Gracias Estefania por abrir la caja de los recuerdos y regalarnos esta estampa otoñal!!!!

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