Mudanzas

Las mudanzas actúan con la fuerza de un cataclismo: en pocas horas derrumban el paisaje que hemos tardado años en construir. Arrasan los rincones favoritos -aquéllos donde un objeto lucía bajo una luz especial o en los que nos sentíamos cómodos y relajados-, rompen la calidez que hasta minutos antes había reinado en el espacio y llenan la casa de desconocidos que embalan con rapidez y absoluta frialdad nuestras pertenencias más personales. El hogar comienza a desaparecer y se transforma en un lugar de paso, en un expediente nuevo en el ordenador de una agencia inmobiliaria.

Las mudanzas tienen un halo de nostalgia y el color sepia de las fotografías antiguas: extravían algunos objetos y sacan a relucir recuerdos de los que nos cuesta demasiado desprendernos. Cambiar de casa implica adentrarse de lleno en el desván y tener la valentía de abrir los baúles, fijar un nuevo orden y despedirse de cosas que ya no tienen sentido que nos sigan acompañando. Vaciar cajones y liberar hojas del álbum. Afrontar el reto de personalizar un nuevo espacio empezando desde cero, pero con la ilusión de inaugurar una nueva casa, una nueva vida.

Los inicios tienen la fuerza y la alegría de un cuadro gigante lleno de colores.

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