Mujer invisible con niño a la espalda

Llegó sin hacer ruido, con media docena de collares suspendidos en cada brazo y un bebé rollizo durmiendo a su espalda. Caminaba con cierto cansancio, con un turbante y una túnica que evocaban los colores de la Sabana. Según los turistas ricos, el mayor encanto de África era el colorido espectacular del amanecer. Ella, que nunca había viajado en primera ni sabía lo que era un tour, recordaba África en blanco y negro, con miseria y dificultades. Algunas vidas son más agradables cuando se miran desde lejos.

-“Tres euros”-, informaba mientras acercaba los collares a los comensales que ocupaban las mesas del paseo marítimo. Grupos de amigos charlaban animadamente entre copa y copa, algunas parejas se hacían confidencias a la luz de las velas y los camareros hacían juegos malabares con las bandejas mientras sorteaban a niños corriendo y turistas despistados.

Los posibles compradores movían la cabeza en un gesto de negación y seguían hablando animadamente. A veces cuesta mucho mirar a los ojos y decir un par de palabras. Hay un mundo que se mueve en la sombra y es invisible para el resto. La mujer se marchó en silencio, sin haber vendido ningún collar. Las conversaciones, las risas y los juegos continuaron hasta la madrugada. A ella no la miró nadie en toda la noche.

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