Algo más que un profesor

-“¿Quién ha visto el mar esta mañana?”-, preguntaba al comienzo de cada clase. Transcurridos unos segundos de silencio que nos dejaba de margen para responder, Andrés, nuestro profesor de Literatura, levantaba lentamente la mano, esbozaba una sonrisa y nos contaba si el mar estaba enfurecido o en calma, si su color se asemejaba más al azul turquesa del cielo o si, por el contrario, reflejaba el gris plomizo de las nubes cargadas de lluvia. Poco después, comenzaban unas clases intensas, repletas de explicaciones, lecturas y redacciones. -“No hagáis un comentario de texto al uso. Prefiero que imaginéis que tenéis que escribir una carta al autor. ¿Qué le diríais sobre los personajes? ¿Os gustó la trama principal? ¿Os habéis podido meter en la piel del protagonista en algún momento de la novela?”-. Contagiar entusiasmo y curiosidad por la lectura no es fácil, pero menos aún entre un grupo de adolescentes que sueñan con que se acabe la clase para salir con sus amigos. A pesar de todos los condicionantes -los ojos pegados en la clase de las 7:00, la falta de atención de los alumnos más rebeldes y los garabatos de corazones en las libretas de los que se acababan de enamorar-, Andrés conseguía despertar el interés y la imaginación de los alumnos.

De todos los profesores que he tenido a lo largo de mi vida, es a él a quien recuerdo con más respeto y cariño. Pasados los años, entiendo por qué no se limitaba a leer las explicaciones aburridas de los libros y se molestaba en preparar clases divertidas, llenas de referencias para los más ávidos de aprender. -“¿Habéis estado en China?-, preguntaba al hilo de una trama o un personaje oriental. -“Cuando vayáis, tomaos vuestro tiempo para recorrer un tramo de la Gran Muralla. El paisaje es realmente espectacular”-, indicaba mientras nos enseñaba una página de unos de sus múltiples álbumes de fotos, en los que cada instantánea iba acompañada de un comentario escrito con una caligrafía pequeña y delicada.

Sí, Andrés ha sido sin duda mi mejor profesor. Avivó mi deseo de aprender y mi pasión por la lectura y me alentó a superar la timidez de mis primeros textos. A medida que voy cumpliendo años, me doy cuenta de lo difícil que resulta cruzarse con personas interesantes, que puedan y estén en disposición no sólo de transmitir un conocimiento, sino de compartir su forma de ver el mundo. ¿Quién ha visto el mar esta mañana? ¿Quién se ha fijado en lo que tenía alrededor? ¿Quién ha sido capaz de ver un poco más allá y salir de su pequeño mundo de rutinas, personajes conocidos y situaciones predecibles?

Comentarios

  1. Exacto, no es fácil econtrarse personas así. Sea cual sea su profesión, te despiertan la curiosidad por el mundo donde vives, por aprender, por conocerse a uno mismo... Son personas grandes y muy humanistas. A lo largo de mi vida, las que me he encontrado se cuentan con los dedos de una mano, pero valen por mil. Es fantástico que sigamos con su ejemplo y plantar nuevas semillas.
    Besitos.

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  2. Gracias por tu comentario, damisela. Una de las cosas que aprendemos con el tiempo es que es imprescindible mantenernos activos para seguir encontrando personas interesantes: hay que buscar y permanecer atentos para saber reconocerlas. Te animo a que sigas participando con tus opiniones en el blog.

    Besos,

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  3. Un maestro es un guía para la vida. Puede estimular el gusto por el conocimiento, como ocurrió con la persona que describes, o todo lo contrario. Hay que aferrarse a lo extraordinario, porque del primer tipo no abundan, son material precioso al que, desde luego, hay que estar agradecidos de por vida. Besos. Isabel

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